domingo, 29 de abril de 2012

El oxímoron esencial: impuestos voluntarios I.


      
    Todo el mundo critica el clientelismo político (concesión de prestaciones públicas a determinados grupos sociales a cambio de apoyo electoral).

     Cómo se eliminaría esa corrupción.

     No permitiendo votar a quien recibe las prestaciones ni a quien las otorga, -cabría responder-.

     Por qué no se hace. ¿Por el dogma "un hombre un voto"?.

     No. Simplemente porque TODOS los partidos basan sus esperanzas de alcanzar el Gobierno o renovar su mandato en el clientelismo político.

    Esta explicación que el sentido común nos ofrece de uno de los grandes latrocinios originados por el sistema de competencia electoral, nos permite entender también la pacífica existencia del Estado caníbal mientras expolia sin pudor las fuentes de la vida, las ubres de las que nació y de las que aún se alimenta. 

      Los únicos focos de resistencia al Poder subnormal, por antropófago, tienen su origen en los sectores de la población que pagan impuestos y/o que no reciben prestaciones.
     Por eso mismo el Estado caníbal busca incesantemente extender su clientela aumentando los colectivos que no tributan en el impuesto sobre la renta (las personas con ingresos exentos de pagar IRPF son cada vez más) y aquellos que reciben servicios públicos o prestaciones sociales por absurdos que sean (cómo olvidar el "teléfono de la esperanza" exclusivo para maltratadores con el fin de que se relajen antes de  golpear).
     Este es el anhelo de cualquier burocracia, tomar para redistribuir a troche y moche, puesto que si todos dependemos de ella o le debemos algo, una plácida longevidad será su único horizonte.   

     Es obvio que los pozos de los que tomar se acaban, pero el Estado caníbal no puede parar... de destruir, es su naturaleza, y para justificar la continuidad de la sisa utiliza su argumento más popular: el marxista de la lucha de clases o el socialdemócrata de la igualdad, pues tanto monta monta tanto Dº Marx como el compañero Fernando (Lasalle).   
     Y es que si los Diez Mandamientos no se pudieron resumir en menos de dos, al Estado caníbal le sobra con uno: "El rico es un ladrón y para acabar con él aquí estoy yo". 

     El lema queda desmentido una y otra vez, en primer lugar porque las fortunas saben refugiarse, y además  el Estado ofrece una amplia oferta de instrumentos que garantizan la inmunidad fiscal del verdaderamente rico (desde las puras y simples amnistías hasta regímenes especiales como las SICAV).

    No obstante, el berrido a lo "Robin Hood" del Estado Caníbal da por inaugurada la "guerra social" a mayor gloria suya, a mayor desgracia nuestra, pues ¿a quién le importan los privilegios que su Hacienda Pública ofrece a los opulentos invisibles cuando el mismo Fisco, agitando el resentimiento, promete ajustar las cuentas a nuestro odiado vecino porque se ha comprado un coche pagando en efectivo?.
    
    Parafraseando al Bartleby de Melville la respuesta al Estado sería simple: "preferiría que no lo hiciese".  
  Y sin solución de continuidad se debería organizar la cooperación interpersonal hasta lograr que, permítaseme el oxímoron, los impuestos sean voluntarios (donaciones vinculadas) y la redistribución estatal abandonada.

    Sin la violencia del Estado ¿quién va a pagar impuestos?, -me preguntan-.

    Algunos apuntes metodológicos nos ayudarán a comprender las condiciones bajo las cuales sería posible.

    a) Los agentes de los que reclamamos cooperación son racionales en sentido instrumental, esto es, sus acciones individuales cuentan con un conjunto dado de preferencias, y a tenor de las mismas buscan los medios adecuados para maximizar su beneficio, su propio interés (bien egoísta bien altruista o ambos a la vez).

    b) No se modificarán las preferencias de cada agente por hechos externos al asunto que en cada caso se plantee. Por tanto, las preferencias de cada sujeto no deben estar influidas por la coacción del Estado, pues si éste interviene no hay otra alternativa que el cumplimiento de lo que diga el Poder.  

    c) Para alcanzar la cooperación es importante el número de agentes que intervienen (siempre se necesita una "masa crítica" que esté interesada en proveer el bien público; cuanto menos sean, más fácil será eliminar o controlar "gorrones") y haberlo intentado muchas veces (elemento dinámico), pues la decisión de cada individuo respecto a si cooperar o no dependerá en gran medida de lo que hagan y/o lo que hayan hecho anteriormente los demás (elemento estratégico).

   d) La cooperación tendrá que tener como límite absoluto el respeto a la integridad y a la propiedad privada de los que deciden no contribuir. 

    Partiendo de estos supuestos concédanse unos días para pensar y descubrir qué bienes públicos (oferta conjunta e imposibilidad de exclusión, véase el alumbrado de las calles) hoy financiados con impuestos se podrían suministrar sin la intervención del Estado.

    Para practicar con el ejemplo empieza el bloguero: el actual servicio público de representación política (partidos), laboral (sindicatos) y religiosa (confesiones) puede ser sufragado íntegramente de forma voluntaria. Las posibilidades son casi infinitas y les invito a que compartan conmigo sus hallazgos.

    El esfuerzo que les pido no es un caprichoso pasatiempo sino una tabla de salvación, pues en pocos años el descrédito del sistema de competencia electoral socialdemócrata estará tan extendido entre la opinión pública que, o buscamos otras formas de gobierno (la generalización de territorios grandes y pequeños organizados a modo de paraísos fiscales es mi propuesta) o la civilización retrocederá siglos.


twitter: @elunicparaiso





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