"El
reformismo es, en último término, un tratamiento de los síntomas: se trata de
borrar las consecuencias, al mismo tiempo que se resalta el sistema al que se
pertenece, aunque ello implique que uno se vea obligado a disimularlo".
Esta
toma de postura de Michel Foucault aparece en una conversación publicada en el
año 1971 en la revista estadounidense "Partisan Review", y recogida
en el libro "Estrategias de poder" (Ed. Magnum).
Por
aquél tiempo Foucault se encontraba dando clases en Búfalo (Nueva York),
después de haber pasado por la revolucionaria Vincennes. Era
ya uno de los gurús "postsesentayochistas".
La
supuesta izquierda no ha superado, luego de cuarenta años, aquella promoción de
filósofos y escritores galos (Althusser, Deleuze, Guattari, incluso Blanchot)
que parafraseando el título del famoso libro de Eco podríamos llamar
apocalípticos, tanto por su obra como por su trayectoria personal, marcada por la
locura, el suicidio y hasta el asesinato.
Pero
de esa generación también emergieron magníficos integrados. Malraux, pero sobre todo Aron,
Raymond Aron.
Sus
"Memorias" son una de las obras cumbre de la literatura política del
s. XX.
Decenas
de sugerencias podría espigar del tomo, pero hoy quiero rescatar sólo una:
"Respondí
a quienes me reprochaban mis compañeros dudosos: escogemos a nuestros
adversarios, no a nuestros aliados".
Pues
bien, el futuro político de un partido reformista como Ciudadanos se mueve
entre los estrechos márgenes que definen las frases de Foucault y de Aron.
El
reformismo como medicina paliativa que, aun aliviando, no cura; pero también la
terrible evidencia para el reformador de tener que coexistir con facinerosos aliados
que parecen desmentir con su mera presencia la posibilidad de cualquier
reformismo.
¿Cómo
puede entonces Ciudadanos devolver el prestigio a la menospreciada reforma (Foucault)
con la única arma de elegir a los rivales adecuados, nunca a los socios (Aron)?
Antes
de responder a la pregunta necesito dar una brevísima explicación del contraintuitivo
argumento aroniano acerca de la imposibilidad de elegir aliados, al efecto de
demostrar que precisamente por eso el problema del político no son los presuntos
amigos.
No
escogemos a los amigos porque la amistad exige un consentimiento mutuo. No hay
amistad si el otro no quiere. Sólo somos camaradas de quienes nos aceptan.
Si cada uno eligiera sus amistades el tenista Rafael Nadal no tendría tiempo para otra cosa que no fuera felicitar los cumpleaños de sus autonombrados compañeros.
Además, cuando se quiere ser amigo de todos cabe dentro de lo probable que haya que rebajarse a las pretensiones del que tiene que conceder el plácet.
En
cambio, la enemistad es la única elección pura, unilateral, pues mi enemigo lo
será, lo quiera o no.
Y precisamente por ello, por el carácter de decisión autónoma, no negociada, al designar al antagonista se preludia la ambición del proyecto de cambio.
Teniendo
en cuenta lo anterior, el problema de la política de alianzas de Ciudadanos no
es quién es el mejor socio para garantizar el éxito de la reforma, sino que
todavía no haya fijado nítidamente el adversario al que aspira vencer, con la excepción de Cataluña.
Analicemos
lo que está pasando en Andalucía con la investidura de la candidata Susana Díaz.
Ciudadanos
afirma que todos los partidos son sus potenciales aliados si aceptan sus
propuestas de regeneración, sin embargo, sólo ha negociado con el partido que
ha tenido más escaños. Por tanto, querría que su aliado fuese el PSOE.
Pero
no ha podido pactar con el PSOE porque Dª Susana Díaz ha rechazado el listado reformista
de Ciudadanos. Otra demostración de que los aliados no se eligen.
¿Y qué medidas contempla el catálogo de
Ciudadanos?
Podríamos
decir, por tanto, que el enemigo de Ciudadanos es Chaves y los políticos
corruptos que siguen aspirando a ocupar puestos de responsabilidad pública.
Semejante
definición de enemigo resulta tan vacua que convierte en ridícula su pretensión
de reforma, pues si el ex-presidente accede a desaparecer del mapa político,
Ciudadanos podría consentir la continuidad en el Gobierno andaluz del partido político que
hizo posible que el tal Chaves gobernase ése territorio de manera impune casi
dos décadas.
Por
tanto, ¿qué cabría esperar de la anunciada reforma de Ciudadanos si su enemigo
resulta ser un ex-presidente ya amortizado para la actividad política?, ¿para
eso necesita alianzas?
No.
El problema de Ciudadanos no son sus eventuales aliados, sino la ausencia (salvo en Cataluña, insisto) de un
adversario digno para una política de reformas auténtica, pues es aquél el que
mide el alcance y la profundidad de éstas.
Si
el enemigo de Ciudadanos no es la vigente ley electoral o el Estado Caníbal su
reformismo no llegará ni siquiera a paliativo.
Y es que en política cuando sólo se aspira a tener amigos y ningún enemigo es porque en realidad no se sabe qué hacer, salvo avalar a los aliados.
Haría
bien el señor Rivera en meditar sobre lo expuesto, pues aunque Garicano viste muy bien y da clases en Londres, todavía está lejos de ser considerado un consejero de príncipes o un maestro del funcionamiento del Poder a la altura de Aron o de Foucault.
Nota para hacer enemistades:
Dado que aspiro a que cualquier partido político fije como enemigo al Estado Caníbal, quiero aportar un argumento a emplear cuando el Partido Socialdemócrata de Izquierdas y de Derechas defienda la antropofagia estatal: si Marx y Lenin conocieran la España de 2015 convertirían las antiguas cajas de resistencia del proletariado en SICAV como método de lucha revolucionaria.
El que no lo crea puede leer "El Estado y la revolución" del segundo y sacar sus propias conclusiones.
twitter: @elunicparaiso