viernes, 12 de diciembre de 2014

Sueñan los contribuyentes con deportistas evasores

   
 Parece ser que el Partido Harpobrero Español http://elunicoparaisoeselfiscal.blogspot.com.es/2014/11/de-harpo-mas-y-harpobrerismo-llegara.html a través de uno de sus diputados pide desde twitter el boicot a Repsol, Estrella Galicia y Red Bull por patrocinar a un evasor de impuestos, el sublime motociclista Marc Márquez.

     Dº Marc ha solicitado la residencia andorrana y hasta aquí podíamos llegar, ha debido pensar el Harpo Mas de guardia de la política española.  

     Algunos ven un clamor popular contra Márquez. Es posible, pues los comisarios del Estado forman ya un pueblo.

     Sin embargo, viendo el número de seguidores del deportista en twitter y los del diputado, no parece que la supuesta condición de evasor del señor Marc haya mermado la popularidad de éste o haya aumentado la del congresista por denunciarle.   

     Detalle desapercibido que revela una categoría: los deportistas españoles son adorados por los contribuyentes españoles aunque aquéllos no paguen ni un duro a la Hacienda Caníbal patria. Se llamen Márquez, Nadal o Alonso.

      ¿Por qué?  

     Porque intuitivamente, de forma natural, la ciudadanía diferencia aún con nitidez entre España y el Estado, entre la Nación y el fisco.

     La Nación es un sustrato sentimental, lo que somos porque lo fuimos, una pertenencia común (los triunfos del deportista el ciudadano los siente como propios), la creencia orteguiana.

     El Estado y su Hacienda es un ogro en absoluto filantrópico, un ente artificial que se percibe como invasor y del que se podría prescindir sin que pasara otra cosa que un gigantesco terremoto de alegría.

     La Nación crea españoles. El Estado crea contribuyentes.

    Y por mucho que les pese a los diputados harpobreros de derecha y de izquierda, la condición de contribuyente no constituye la nacionalidad, o lo que es igual, los deportistas españoles son españoles antes que contribuyentes o evasores fiscales.  

   El hecho de que desde la política se denuncie a un deportista campeón mundial que huye del infierno fiscal estatal es un intento más de los agentes del Estado Caníbal (políticos y toda su corte de mantenidos) de legitimar el expolio de éste destruyendo la reputación de los españoles.

     Intento destinado al fracaso, por supuesto. Sólo hay que ver que el piloto ha declarado que se va de España para pagar menos impuestos, pero también para librarse del acoso de los fans.
Huye del Estado Caníbal y de España, dejando a las claras que no son lo mismo.

    ¿Cabe mayor evidencia de la separación entre Estado y Nación que el hecho indudable de que el Estado hostigue a un ciudadano al que sus compatriotas idolatran?

     Y es que la Nación no es un concepto discutido y discutible porque no es un concepto. Es muchas cosas, tradiciones, historia compartida, costumbres, pero también un supuesto evasor fiscal que gana títulos mundiales que los españoles sienten como suyos.   

     En momentos en que la Nación es atacada por tierra, mar y aire, que un muchacho catalán acosado por los servidores públicos y privados del Estado huya del Caníbal, mientras los españoles le siguen venerando es el signo inequívoco de que España pervivirá a los Harpo Mas que se han apropiado de la política y creen poder hacer lo mismo con la Nación.

   

     Nota independiente.
Un Harpo Mas catalán, apellidado Homs, manifestó hace pocos días a resultas del "caso Márquez" que Cataluña "tiene la fiscalidad más alta de todo el Estado español" y que, por ese motivo, no es una comunidad "especialmente atractiva". 
No obstante, aconsejó a Dº Marc que pagase los impuestos en su "propio país, que es Cataluña".
 En principio cabría esperar que el motociclista le hiciera caso. 
Pero no. Al señor Márquez no le ha convencido el comisario. Parece ser que sabe diferenciar entre la Nación y el Estado, aunque  catalanes fuesen ambos. 

 


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sábado, 6 de diciembre de 2014

Mariano Rajoy, "el Apaciguador"


            El día 12 de Noviembre el presidente de Gobierno compareció en rueda de prensa en el Palacio de la Moncloa para dar su opinión sobre la "performance" independentista de Mas, Harpo Mas, el 9-N en Cataluña.
           
            Cuando se le preguntó si el Gobierno no había hecho dejación de funciones al no impedir la celebración del acto, el presidente dijo que no, que actuó de manera "proporcionada", añadiendo que "hice lo que tenía que hacer", es decir, recurrir al Tribunal Constitucional, que declaró ilegal la consulta.

            Al escucharle tuve la certeza de que Rajoy pasará a la historia como el Chamberlain español del s. XXI. El Apaciguador.  

            Si al recuerdo de Neville Chamberlain siempre le acompaña la frase "la paz para nuestros tiempos", pronunciada en 1938 a su llegada a Londres después de hablar con Hitler en la Conferencia de Múnich, Rajoy pasará a la historia por su lacónico comentario "hice lo que tenía que hacer" para justificar su inacción el día en que tuvo lugar el auto de fe separatista.

            Si la respuesta de Churchill al Primer Ministro británico, miembro del Partido Conservador igual que Chamberlain, fue "tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra, eligió la humillación y nos llevará a la guerra", a Rajoy nadie del Partido Popular le ha contestado con algo parecido a esto: "tuvo usted para elegir entre ejercer de presidente del Gobierno o recurrir al Tribunal Constitucional, eligió el Tribunal Constitucional y desde ahora mismo le invito a que deje de ser presidente".   

            Debo aclarar que el ejercicio del Poder Ejecutivo no es incompatible con la solicitud de intervención del Tribunal Constitucional, pero aquél no se agota recurriendo a éste, que precisamente es lo que ha ocurrido en el caso que nos ocupa.

            Rajoy ha demostrado no conocer, o no querer conocer, que existen dos medios de hacer cumplir las leyes: el modo "administrativo" y el modo "judicial", utilizando la terminología del sabio Tocqueville.
            El modo administrativo se dirige siempre a la causa, el otro al efecto. El uno es directo, el otro es indirecto.

            Un caso práctico.
          Imaginemos que un pueblo de cualquier país decide y anuncia que un día concreto va a realizar un acto que el Gobierno de ese país considera ilegal.
            El Gobierno decide impugnar la decisión del pueblo en los tribunales, que la declaran ilegal en el ejercicio de sus competencias, pero el alcalde del pueblo insiste que se va a celebrar.  
         En ese supuesto la función del Gobierno, el motivo de su existencia, es impedir que la ilegalidad se produzca en la fecha que se ha anunciado que se va a realizar, ordenando los medios de que dispone el Poder Ejecutivo a tal efecto.
            Y además, sólo además, llevar al alcalde a los tribunales por el acto ilegal que pretendía consumar o que consumó.   

            Si el Gobierno del país de nuestro caso práctico no impide el acto ilegal anunciado con día y hora infringe su principal obligación, esto es, que se cumpla la ley.
            Por tanto debemos volver al principio, a las dos formas de hacer cumplir las leyes.
            Según el modo administrativo, el Gobierno tendría que ser destituido de forma inmediata a iniciativa de los ciudadanos del país o de otros órganos institucionales.
            De conformidad con el modo judicial, todos sus miembros serían puestos a disposición de los tribunales civiles y, si es el caso, criminales.

            No obstante, cualquier parecido del caso práctico con la realidad de la situación política española es pura coincidencia, que diría el "ciencia-ficcionista", que es así como se llama ahora a quien aplica el sentido común y el pensamiento clásico a las circunstancias de la vida social.  

          Por eso "el Apaciguador" no debe temer por sus sinecuras..., o sí.


          Anécdota de la efemérides constitucionalista.
         Parece ser que Dº Mariano Rajoy le ha dicho que nones al señor Pedro Sánchez, Secretario General del Partido Harpobrerista Español, en lo que respecta a su demanda de modificar la Constitución.
          Le alabo el gusto a "el Apaciguador". Dado que no la va a cumplir ni hacer cumplir, qué más le da una Carta que otra. "Con la que hay me apaño" -habrá pensado-.


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