jueves, 26 de junio de 2014

Antipodemos.


            Para Keith "Stones" Richards. 
  
            Si el líder de “Podemos” tiene por lugarteniente al que llama “el Mick Jagger de la izquierda” yo debo reivindicarme como el Keith Richards de la no izquierda.


              No tenía previsto escribir nada de “Podemos”, pero hoy ha pasado lo que nunca soñé que ocurriría.
            1. Rubalcaba es despedido por el Presidente del Congreso, Jesús Posada, como un estadista y los diputados del PP le ovacionan.
            2. El líder de Podemos, Pablo Iglesias, es aplaudido por los periodistas después de su rueda de prensa en el Parlamento Europeo.
            3. El Gobierno del PP cree que un PSOE radical le da votos por el centro.
        
  
       El 17 de marzo de 2012, pocos meses después de la llegada de Rajoy a la Presidencia del Gobierno, publiqué un artículo en el blog afirmando que a Rajoy le sucedería una Gran Coalición.

         Dos años más tarde, la Gran Coalición no es el trastorno mental transitorio de un excéntrico sino la única alternativa que le queda al actual régimen político para seguir gobernando, para impedir la llegada del populismo a la enésima potencia, aunque hoy quizás ni la Gran Coalición baste.

         En aquél artículo fundamentaba mi vaticinio en una determinada interpretación del conocido como “juego del gallina”. 

         Recuerden a James Dean en “Rebelde sin causa” celebrar con otro joven una carrera de coches en dirección al abismo de un acantilado: el objeto del desafío era acreditar quién era el más valiente, y el ganador resultaba ser quien frenaba más tarde, el último que se arrojaba del coche justo al límite del precipicio. El que tomaba antes la prudente decisión de parar era el perdedor, "el gallina”.

       Pues bien, el sistema político democrático (o socialdemócrata) basado en la competencia electoral es un caso del juego "del gallina”, porque ante la inminencia del abismo (la ruina), el que apriete el freno más tarde, esto es, el que prometa que va a seguir gastando hasta el último instante, gana la contienda electoral. El calculador que se anticipa a la ruina y se detiene antes, es "el gallina", el perdedor.  

         Debido a este juego siempre vencerá el que prometa o continúe otorgando beneficios económicos a más colectivos, el que asegure que va a gravar con más impuestos a los ricos para sostener el que llaman "Estado del Bienestar”, en definitiva, el que ante la proximidad de la quiebra más tarde rectifique, el que con más demagogia actúe. 

         ¿Prueba de lo que digo? El magnífico resultado electoral de “Podemos” en las últimas elecciones europeas.

         Hasta aquí la confirmación del augurio, pero el “juego del gallina” tiene infinitas vueltas de tuerca en el cada vez más cotizado márketing electoral.

        Rubalcaba (los aplausos de hoy constituyen paradójicamente un sarcasmo cruelísimo), basó su estrategia política siendo Jefe de la Oposición en el susodicho juego, y perdió a manos no del Gobierno, sino del más demagogo que él, “Podemos”.
         ¿Recuerdan la acampada en Sol del 15-M en Mayo de 2011 hasta bien avanzado el mes siguiente?
         James Rubalcaba Dean era el Ministro del Interior consentidor. 
         En su adiós habrá echado de menos el cariño de los que todo se lo deben, pero es que le repudian. Cría cuervos. 
         Y es que quien a demagogia juega, por la demagogia pierde.

         Pero después de lo ocurrido, ¡qué me dicen del PP buscando votos por el centro en unas elecciones gobernadas por la incompetencia demagógica!
         ¿No tiene el PP bastante ejemplo con lo que le ha pasado a Rubalcaba y el PSOE?
         ¿Tan difícil es entender que en el “juego del gallina” (a eso se reduce la batalla electoral) el que pierde siempre es el gallina, es decir, los dizque de derechas?
                 
         ¿Por qué en vez del voto el PP no buscó nunca la excelencia del sistema?, esto es, un régimen político mixto (democracia, pero también la participación de los mejores), único antídoto contra la propaganda y las falsas promesas de los catedráticos de brujería.
         
          ¿No comprenden que si no son elegidos los mejores, lo serán los peores?
         
         El que sólo busca votos entre la multitud encuentra derrotas multitudinarias.

         De nada “arriolas”.  

sábado, 21 de junio de 2014

Felipe VI debe seguir el ejemplo de Xabi Alonso.



            Todo juego ofrece dos satisfacciones a los protagonistas: la victoria y la justificación de la derrota.
            El juego, por ello, siempre es un ejercicio de irresponsabilidad.
            Cuando un juego es sencillo se suele decir que es un “juego de niños”.
            ¿Pero qué juego no lo es?

            ¿No lo es el fútbol profesional, cualquier deporte profesional?
            El responsable del fracaso siempre será el otro, incluso lo otro, pues cómo olvidar a Xavi Hernández echando la culpa al césped alto de las derrotas más clamorosas de su ya ex equipo.
            Cuando hace unos días el otro Javier, Xabi Alonso, dijo después de ser eliminada España del Mundial de Brasil que “no hemos sabido mantener el hambre y la ambición que tuvimos en el pasado. Mentalmente no estábamos preparados y físicamente justos”,  provocó una debacle en el equipo. Sus breves palabras lo hundieron más, mucho más que lo que la derrota lo había hecho.

            Es una cuestión de forma, no de fondo, es decir, da igual que tenga razón o no en lo que dijo, sino que infringió la auténtica regla sagrada del juego: jamás se debe reconocer la culpabilidad de la derrota. Y si lo haces debes dejar de jugar.

            Por ello mismo la política democrática dominada por los partidos políticos (Estado de partidos) es también un juego de niños, un desempeño esencialmente irresponsable.

            Para la oposición todo es culpa del Gobierno, y para éste todo es culpa de la “situación heredada”.
            Si el Gobierno reconociera su responsabilidad debería dimitir y si lo hiciera la oposición tendría que dejar paso a nuevos dirigentes.
            El resultado del irresponsable juego político en España es dirimido periódicamente por el pueblo mediante las elecciones: es éste quien decide que uno gana y otro pierde.
            Hasta ahora la legitimidad que los jugadores-políticos otorgan al laudo arbitral que dicta el pueblo se basa en que el pueblo siempre ha respetado la continuidad de los protagonistas. 
            Los jugadores aceptan al árbitro o al juez porque siempre permite un nuevo partido, una revancha.
            O lo que es igual, mientras el pueblo no haga responsables a TODOS los protagonistas del espectáculo, éstos podrán seguir echando la culpa al otro.
            El juego puede continuar porque la irresponsabilidad permite que los jugadores sigan practicándolo.

            El problema surge cuando existe el riesgo de que el ciclo vaya a terminar, cuando los jugadores titulares de ambos equipos van a dejar de serlo. Cuando TODOS son culpables.
            Esto es lo que ha pasado en las últimas elecciones europeas donde la suma de los votos a los dos grandes partidos no ha llegado al 50%.

            Llegados a este punto los niños-políticos quieren seguir jugando, no se quieren ir a la cama, es decir, al asilo.
            Para ello, para seguir jugando a la madre de todos los juegos, el de la irresponsabilidad, necesitan imperiosamente echar la culpa a otro. 
            Y para ello nada mejor que un Borbón imberbe, Felipe VI Rey de España…, de momento.
           
         "Si toda la culpa la tiene la Monarquía lo único que tenemos que hacer es cambiarla por la República", -será el discurso de la oligarquía moribunda que se niega a reconocer que su partido, la prórroga y los penaltis han terminado-.

            Cuando la clase política de izquierdas corrupta, oligárquica, antinacional habla de que hay que dejar paso a la República por el bien del país, Felipe VI debe tentarse la ropa. De la derecha no debe esperar nada, pues simplemente hará lo que quiera la izquierda.

            El autor del presente artículo está dispuesto a cambiar la Monarquía, por supuesto, pero siempre que también cambie el régimen completo, el Estado de Partidos, es decir, el PP, el PSOE y el sistema electoral proporcional corregido que lo hizo posible.
            Pero no. Eso no.
           A la oligarquía le basta con cambiar Monarquía por República, pues el Estado de Partidos es inocente.
            El juego debe continuar como hasta ahora.

            El problema de Felipe VI es que no tendrá a quién responsabilizar. Él no tiene chivo expiatorio, pues ése papel le ha tocado a él.
            Mientras estuvo su padre podía echarle la culpa.
            Hoy ni eso. 

            No obstante le queda un as en la bocamanga: hacer lo que ha hecho Xabi Alonso, denunciar a los culpables, a los jugadores de la política profesional, al Estado de Partidos, el único responsable de tanta irresponsabilidad.
            El futbolista lo ha hecho porque se va, el Rey lo deberá hacer si se quiere quedar. 


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