domingo, 21 de julio de 2013

Lo que no es paraíso fiscal es socialismo.



            La situación política resulta tan átona que la ciudadanía no diferencia entre el Presidente Rajoy y la oposición del PSOE.
            ¿Es esto una peculiaridad “Marca España”?
            No lo creo.
            Ronald Reagan, el padre político de los que se reclaman liberales, fue quien, so pretexto de reducir el tamaño del Estado, bajó impuestos a costa de un gigantesco déficit fiscal que los sucesivos Presidentes norteamericanos no han dejado de incrementar.
             Y por qué.

            Responde el profesor Elio Gallego: “simplemente porque el orden que nos constituye ha cambiado. O lo que es igual, no cambiamos porque queramos cambiar el orden, sino que cambiamos porque el orden ha cambiado y nos tenemos que ajustar a él”.

       Ni que decir tiene que ese orden que ha cambiado nos legó un orden socialista, versión socialdemócrata.
            Y por mucho que más de la mitad de la clase política diga que pretende combatirlo, lo único que hay es socialismo. 

            Por tanto, la clave hoy no reside en dinamitar el orden por socialista, sino en descubrir si es posible alcanzar la “tranquillitas ordinis” agustiniana en un orden socialdemócrata, pues el orden es ajeno al voluntarismo de la destrucción.
            Habría que indagar para ver si el socialismo duro o más duro, mientras espera la llegada de la dictadura del proletariado o la soberanía de la voluntad general, tanto monta, monta tanto; puede hacer posible la “tranquilidad del orden”, la “bien ordenada concordia” de que hablaba San Agustín.
            Al toro.

            Si anhelamos el orden es porque éste es siempre justo, en tanto que orden es sinónimo de equilibrio entre partes y equilibro no es otra cosa que justicia.
            Ahora bien, el mejor anclaje del orden no es la violencia ni el mercado, sino el deseo de la mayoría de conservar lo que existe, puesto que el orden vigente es lo que garantiza lo que es de cada uno, por escaso o injusto que pueda parecer.
           Paradoja que explica el tan criticado inmovilismo de la ciudadanía, la resistencia al cambio.

         El orden se concreta en el Derecho vigente, hoy un Derecho socializante con la misión de proporcionar un sitio igual para todos, con independencia de sus méritos.

            Para el hombre del s. XXI lo natural es este orden socialdemócrata, mezcla de “nivel de subsistencia garantizado”, altos impuestos a un decreciente sector de población que trabaja y Estado por todos lados; que lucha por extender.

            Por ello una suerte de socialismo de “rostro humano” no retrocede sino que avanza, como si estuviéramos en el camino correcto para alcanzar “la bien ordenada concordia”.

            Sin embargo, nueva paradoja, demasiados indicios nos señalan que la senda elegida es un atajo al abismo, en tanto el Estado que garantiza el orden socialdemócrata es el mismo agente que destruye ese orden en aras a su presunto perfeccionamiento.

            El Estado, como todo buen revolucionario, el último quizás, no puede quedarse quieto hasta la conquista de la Utopía, aunque se caiga el cielo y devore a sus hijos.  
            ¿Necesitan pruebas?
            Varios artículos de este blog nos dispensan de la tarea.

            La situación sería esta: un orden socializante dirigido por un Estado caníbal. Un Estado que sostiene el orden socialdemócrata mientras lo destruye sin solución de continuidad para hacerlo más grande, más fuerte, más igualitario.
            En suma, un orden socialdemócrata que no se cuestiona, pero que vive sumido en el malestar que le provoca el cambio perpetuo.        

            Por tanto, el problema no sería el orden, pues al fin y al cabo éste no es otro que el heredado del Cristianismo, el orden que resultó de su fracaso, pero al fin y a la postre el relevo que se pretende definitivo en la carrera por ganar el orden malogrado por el Cristianismo, pues el Estado socialdemócrata es Cristianismo secularizado.
            De ahí la naturalidad y hasta el júbilo con el que se vivió en los pueblos la transición al Nuevo Orden, pues como dejó dicho Gómez Dávila un socialista es un cristiano impaciente.

            ¿Entonces el mal estaría localizado en el Estado?
            Más que en el Estado en su impaciencia y en la falta de respeto de la clase dirigente a sus mayores.

           El Estado olvidó las reglas del orden que le constituye y que le mantiene porque sustituyó el Derecho de la comunidad, que no le pertenecía, por la innovación como norma.
           
          Eligió los saltos al vacío que toda innovación lleva de suyo, antes que guardar los preceptos directores de cualquier orden, pues éste antes que socialista o liberal es un orden, y conviene recordar lo que debe ser.
           
            ¿Sabe el Estado cuáles son las reglas del orden? Me temo que ya no.
            Enfrascado en el cambio del cambio de la Nada, es incapaz de volver al origen, al nacimiento, donde toda forma es perfecta, pues reformar no es más que volver a la forma original.  

            Si la historia es un repertorio de posibilidades, la novedad no sería la transgresión del orden y su sustitución por otro desconocido, sino el despliegue de las posibilidades no realizadas.

            No pidamos más herejes pues ya disponemos de varias colecciones completas.
            Lo que nos faltan son santos, santos que sirvan de ejemplo de que no necesitamos “hombres nuevos” sino hombres perfeccionados, mejores, capaces de dar formar a una comunidad de hombres libres.

            Todo un programa político para el socialismo del siglo XXI.

            Tarea inmensa que como ya hemos dicho sólo puede empezarse retrocediendo, retornando al pasado, a un origen que no está ni en Lenin ni tan siquiera en Marx, sino en la humildad y en el tomismo, que no es la ideología de Tom Sawyer ni el Manifiesto por la Independencia de Tom, el gato de "Tom y Jerry", sino el pensamiento de Santo Tomás.

            Un programa político donde el experimentalismo social, el culto al Estado y a su acorazada legislativa, queda para las celebraciones dominicales de las sectas, mientras que durante el resto de la semana se deja de hacer leyes y de molestar a los ciudadanos para que todos encajen en el lecho de Procusto, y se pasa a trabajar una larga temporada sólo por ver la mejor manera de custodiar el Derecho basado en los usos y costumbres, de recuperar el sentido común que se expresa en el respeto a la palabra dada y la autoorganización de los individuos y de los cuerpos intermedios en que aquéllos se integran de forma voluntaria.

            Un socialismo comunitario, sí, por supuesto. Pero sobre todo antiprogresista, no estatalista, reaccionario incluso, pues quizás reculando y reculando alcance a vislumbrar el estado del hombre anterior al pecado original, haciendo realidad la Utopía atea. 

            No obstante nos conformamos con menos. Nos bastaría con que la burocracia socialista en sus distintas modalidades, léase socialdemócratas o conservadores, nos dejase en paz mientras empieza a leer la Suma Teológica del Aquinate bajo la dirección magistral del profesor Elio Gallego. 

            Eso o el paraíso fiscal.


            twitter: @elunicparaiso